A diferencia del icónico monstruo popularizado en el cine clásico, la nueva película de Guillermo del Toro, estrenada recientemente en Netflix y protagonizada por Oscar Isaac y Jacob Elordi, recupera la esencia literaria del Frankenstein concebido por Mary Shelley en 1818. Más que una historia de terror, esta adaptación se adentra en el drama moral, la empatía y la tragedia que definieron la obra original.
El monstruo que Hollywood creó (y que Shelley nunca escribió)
Durante casi un siglo, millones de espectadores han creído que conocen a Frankenstein gracias a las películas de los años treinta. La interpretación de Boris Karloff, acompañada de la icónica estética de laboratorio, la piel verdosa, los tornillos en el cuello y el célebre grito “¡Está vivo!”, moldeó para siempre la imagen del monstruo en el imaginario colectivo.
Sin embargo, nada de esto está en la novela de Shelley.
En el libro, Víctor Frankenstein no es un científico loco ni un barón aislado en un castillo, sino un joven apasionado por la filosofía natural. Y la criatura tampoco es un ser torpe y mudo, sino un autodidacta que aprende a hablar, leer y reflexionar sobre la moralidad humana, llegando incluso a narrar buena parte de la historia.
Un mito reinventado una y otra vez
Después de los filmes clásicos de James Whale —Frankenstein (1931) y La novia de Frankenstein (1935)—, el mito tomó vida propia en decenas de reinterpretaciones:
- Hammer Films lo reinventó en color, mostrando a un monstruo más trágico y a un barón megalómano como verdadero villano.
- Las parodias como El joven Frankenstein (1974) de Mel Brooks o Abbott y Costello contra los fantasmas (1948) llevaron la historia hacia la comedia.
- La televisión creó a Herman Munster, un Frankenstein amigable en La familia Monster (1960).
Cada generación reconstruyó al monstruo a su manera, alejándolo cada vez más del doloroso retrato que Shelley imaginó.
Del Toro regresa a la raíz de Shelley
La apuesta de Guillermo del Toro es distinta: recuperar el corazón moral del mito. Su Frankenstein es fiel al espíritu de Shelley, aunque no reproduzca cada detalle. El director mexicano coloca al centro la empatía hacia la criatura, interpretada magistralmente por Jacob Elordi, quien encarna a un ser bondadoso, incomprendido y profundamente sensible.
En esta versión, el monstruo no es una amenaza: es una víctima.
Y Víctor Frankenstein deja de ser un científico brillante para convertirse en un padre incapaz de amar su propia creación.
Del Toro rescata así los temas esenciales de Shelley:
- El peligro de la ambición humana sin límites.
- La arrogancia de jugar a ser Dios.
- La responsabilidad moral frente a la vida que se crea.
- La soledad feroz del ser marginado.
Un Frankenstein para la era de la inteligencia artificial
En un mundo marcado por la inteligencia artificial, la ingeniería genética y el creciente poder de los algoritmos, el mensaje de Shelley —y ahora de Del Toro— resuena con nueva fuerza.
La pregunta central no ha cambiado: ¿qué sucede cuando el progreso supera a la empatía?
Quizá, como sugiere la película, el verdadero monstruo no está hecho de retazos humanos ni nace en un laboratorio oscuro. Tal vez hoy nos observa desde el brillo de nuestras pantallas.












