El cineasta mexicano Guillermo del Toro presentó su esperada adaptación de Frankenstein en el Festival Internacional de Cine de Venecia, donde el público lo ovacionó de pie durante cerca de 13 minutos, consolidando uno de los momentos más memorables de la edición.
En conferencia con los medios, Del Toro explicó que su versión del clásico de Mary Shelley es, ante todo, una historia de amor atravesada por la compasión y la humanidad. “Una película que dice que sólo los monstruos juegan a ser Dios no podría llegar en un mejor momento. Ser sentimental en la actualidad es el nuevo punk”, afirmó.
El director, ganador del Oscar por La forma del agua en 2018, confesó que desde niño se sintió atraído por la criatura de Shelley, a la que relacionó con una figura sagrada. “Cuando vi a Boris Karloff en la película de 1931, entendí cómo se veía un santo o un mesías. He estado siguiendo a la criatura desde entonces”, relató.
La cinta, protagonizada por Oscar Isaac en el papel de Victor Frankenstein y Jacob Elordi como el monstruo, se aparta del terror tradicional para acercarse a una lectura más emotiva. Isaac reconoció que la historia se siente profundamente personal y centrada en los marginados, mientras que Elordi aseguró haber volcado en el monstruo “su forma más pura”.
Del Toro señaló que la película lo transformó personalmente y que llega en un momento vital de su carrera: “Si la hubiera hecho antes de los 40, la habría contado desde la mirada de un hijo. Hoy la hice como padre. En el camino entendí que las cosas suceden cuando tienen que suceder”.
El cineasta subrayó que su propuesta es también un mensaje de resistencia ante el mundo actual: “Vivimos un tiempo de terror y de intimidación, y la respuesta, de la que forma parte el arte, es el amor. No hay tarea más urgente que mantenernos humanos”.
Con Frankenstein, Del Toro reafirma su fascinación por los seres incomprendidos, siguiendo la línea de personajes entrañables como el anfibio de La forma del agua o los protagonistas de Cronos y Pinocho. Su versión dialoga con la tradición gótica de Shelley, pero bajo la sensibilidad de un autor que convierte a los monstruos en metáforas de soledad, rechazo y, sobre todo, de la búsqueda universal de amor y pertenencia.
