La muerte de Robert Redford esta semana no solo significó el adiós a una de las últimas leyendas vivas del cine. También pareció sellar el fin de una era: la de un Hollywood que alguna vez se asumió como la conciencia progresista de Estados Unidos, dispuesto a incomodar al poder con narrativas incómodas, valientes y socialmente comprometidas.
Redford, que inmortalizó al periodista Bob Woodward en Todos los hombres del presidente y fuera de cámara fue un ferviente activista ambiental e impulsor de los derechos indígenas, representaba un Hollywood liberal, crítico y abierto a voces independientes. Un Hollywood que hoy se ve cada vez más arrinconado por la censura, el cálculo empresarial y el avance conservador.
Entre censura y autocensura
La suspensión de Jimmy Kimmel tras un comentario incómodo sobre el asesinato del activista ultraderechista Charlie Kirk y la cancelación del Late Show de Stephen Colbert —pese a su Emmy reciente— no pueden leerse solo como anécdotas. Son síntomas de un ecosistema mediático bajo presión, donde cadenas y estudios prefieren callar antes que enfrentar sanciones políticas o represalias económicas.
Los grandes conglomerados saben que desafiar al poder tiene costo: demandas multimillonarias, trabas regulatorias y fusiones en riesgo. Así, la autocensura se vuelve el nuevo guion invisible de la industria.
El ascenso conservador
Al mismo tiempo, figuras cercanas a Donald Trump como David Ellison concentran cada vez más poder. La compra de Paramount y su intento de absorber Warner Bros. Discovery revelan un Hollywood que ya no se mide por la competencia creativa, sino por la “neutralidad política” dictada desde Washington.
La televisión, el cine y el streaming se reconfiguran al ritmo de la Casa Blanca. Amazon rescata The Apprentice, Disney desmantela sus programas de inclusión y Angel Studios triunfa con producciones religiosas que se venden como “alternativas al Hollywood woke”.
Más negocio que ideología
El viraje responde también a la lógica del mercado: presupuestos ajustados, taquilla en crisis y streaming que exprime a los estudios. Pero el riesgo es claro: de un conformismo progresista, Hollywood pasa a un conformismo conservador. Y el precio es la diversidad de voces, la libertad creativa y, sobre todo, la capacidad de desafiar al poder.
Un vacío incómodo
Robert Redford encarnó un Hollywood que creía que el arte debía incomodar, revelar y confrontar. Con su muerte, la meca del cine parece perder no solo a un actor irrepetible, sino también a la memoria viva de un Hollywood capaz de arriesgarse.
Hoy, la industria parece optar por sobrevivir antes que resistir. Y sobrevivir, al menos por ahora, significa hablar el idioma MAGA.












