Las caras aparecen cada vez más retocadas en las redes sociales. El mercado de los programas de filtros faciales está en auge y se han vuelto cada vez más sofisticados para corregir pequeñas imperfecciones de la piel.La aplicación FaceTune, de la empresa Israelí Lightricks, ya ha sido descargada más de 200 millones de veces; mientras que YouCam Makeup, de Taiwán, y BeautyPlus, de Singapur, tienen cada una más de 100 millones de descargas. Hasta hace unos pocos años, solo se podían mejorar las fotografías, pero ahora se pueden hacer cambios en las caras de personas que se filman a sí mismas, de manera sofisticada y sin que apenas se pueda apreciar el procesamiento de la imagen.
A principios de marzo, dos nuevos filtros en TikTok causaron revuelo. Con la ayuda de inteligencia artificial, el filtro Teenage Look hace que las personas se vean más jóvenes. El filtro Bold Glamour, por otro lado, convierte el rostro en una imagen ideal de belleza con labios más carnosos, vista más radiante, una nariz más delgada y una piel perfecta.
Ya hay países que exigen el etiquetado de filtro cuando se trata de fotos o videos con fines comerciales.
Al final, el objetivo es un ideal de belleza muy homogéneo: la piel negra generalmente se aclara un poco, la piel blanca se vuelve más rosada, las narices se estrechan. «Este atractivo estético es definitivamente problemático, porque se condensan muchos estereotipos en los filtros», critica Katja Gunkel, profesora de educación artística en la Universidad Goethe, en Frankfurt, Alemania. La tecnología es completamente nueva, pero los clichés de roles están desactualizados. «Hay muchos filtros muy problemáticos y disponibles para que todos los usen y por supuesto también acompañados de una gran presión».
Depresión y trastornos de autopercepción
Y esto a veces tiene graves consecuencias para la psique del usuario. Según un estudio de la YMCA británica, dos tercios de los jóvenes se sienten presionados por los estándares de belleza en las redes sociales. Según una encuesta realizada por la organización juvenil británica Girlguiding, alrededor de un tercio de todas las niñas de entre 11 y 21 años ya no publicarían una foto propia sin editar. «Es jugar con el diablo”, dice la youtuber alemana Silvi Carlsson, quien públicamente se posiciona en contra de los filtros de belleza en sus videos. «Tan pronto como aparecemos públicamente con los filtros, recibimos comentarios positivos en forma de corazones y me gusta. Nos sentimos aceptados y liberamos dopamina. Pero, ¿qué nos pasa si salimos sin filtro pero con granitos, manchas de pigmento u ojeras? Estamos entrenados por las redes sociales para presentar un yo perfecto al mundo exterior», dice Carlsson. «Eso nos destruye», sentencia.
El cuadro clínico tiene un nombre: selfi o dismorfia de Snapchat. A medida que se usan más selfis con filtros como norma, más se ve afectada la autoestima de muchas personas. Según la revista especializada JAMA Facial Plastic Surgery, la sensación de no poder cumplir con las exigencias de estos ideales de belleza puede incluso desencadenar una depresión. Ya hay países que exigen el etiquetado de filtro cuando se trata de fotos o videos con fines comerciales.
Debate sobre la regulación estatal
Para controlar este fenómeno, varios países están tratando de imponer una normativa. En Noruega e Israel ya se exige un etiquetado para las fotos que han sido manipuladas con un filtro tan pronto sean utilizadas para publicidad en las redes sociales. Un proyecto de ley en Francia prevé algo similar para las fotos y videos, y los «influencers» pueden enfrentarse incluso a penas de hasta 300.000 euros o seis meses de prisión si las infringen. Reino Unido también debate regulaciones parecidas.
Hasta el momento, en Alemania no existe una legislación sobre el etiquetado a escala federal. Gunkel definitivamente estaría a favor de tal regulación, pero «aquí solo estamos hablando del sector comercial. No se puede usar eso para selfis en el sector privado, sería censura». Habría que informar a niños y jóvenes en una etapa temprana y fortalecer las habilidades mediáticas. «Toda esta maquinaria vive del sentimiento de carencia, que en el mejor de los casos nunca se satisface, por lo que el consumo continúa. En consecuencia, la tarea solo puede ser: ¿cómo se puede, como usuario, desarrollar un cierto nivel de resiliencia e independencia frente a esas imágenes?».
Con información de DW