En una mansión futurista de concreto en Venice, California, Bryan Johnson, un multimillonario tecnológico de 48 años, vive una rutina digna de ciencia ficción con un objetivo obsesivo: no morir.
Johnson, quien vendió su empresa Braintree por 800 millones de dólares en 2013, ha transformado su vida en un experimento radical de rejuvenecimiento. Bajo el lema “Don’t Die” (No morir), dedica 6,5 horas diarias a un meticuloso régimen que incluye mediciones biométricas, suplementos, terapia de luz roja, sesiones de hipoxia intermitente, oxígeno hiperbárico, sueros capilares y entrenamientos intensivos. Su desayuno, a base de extracto de granada, proteínas vegetales, omega-3, cacao y leche de macadamia, parece más una fórmula de laboratorio que una comida.
Su proyecto más ambicioso, Blueprint, evalúa y busca rejuvenecer cada órgano de su cuerpo con la ayuda de un equipo de 30 especialistas y un gasto anual cercano a los 2 millones de dólares. Johnson asegura que sus resultados son extraordinarios: densidad ósea en el 0,2 % más alto de la población, corazón más sano que el de la mayoría de los veinteañeros e incluso una fertilidad propia de alguien mucho más joven.
Sin embargo, sus métodos no están exentos de polémica. La transfusión de sangre de su hijo adolescente, el uso experimental de rapamicina –que terminó abandonando– y su IA personal que replica su pensamiento, alimentan críticas de científicos y escépticos. Para algunos, su cruzada contra el envejecimiento es más marketing que ciencia; para otros, un pionero del biohacking que está llevando al extremo los límites del cuerpo humano.
Aun así, tras las terapias futuristas, Johnson repite consejos clásicos: dormir bien, evitar ultraprocesados, moverse cada día, cultivar relaciones sociales y dejar los vicios. “El sueño es la mejor medicina para la longevidad del mundo”, insiste.
Su estilo de vida ha sido documentado en el documental de Netflix Don’t Die: The Man Who Wants to Live Forever, donde presume métricas de un joven de 18 años y defiende que vivir más tiempo no es incompatible con la felicidad: “Nunca he sido más feliz”.
Pero, mientras busca reorganizar el sentido de la existencia humana y predica una “nueva religión” para la era de la IA, la pregunta permanece: ¿es posible desafiar realmente a la muerte, o solo es otra utopía millonaria? El propio Johnson, con tono irónico, parece anticipar el final: “Les garantizo que voy a morir de la manera más irónica posible. Espero que todos lo disfruten”.












